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Tobías García Vilchis

Con las faldas bien puestas

Kali Rosákame, que se traduce como casas blancas, es el mayor y más antiguo de ocho asentamientos rarámuri que hay en la ciudad de Chihuahua. Se trata de un predio cercado, de planta rectangular, de 5,500 m2 de superficie -“Casi como una privada”-, donde existen 70 viviendas, habitadas por alrededor de 500 personas. El número de habitantes es difícil de determinar pues muchos de ellos, principalmente los hombres jóvenes y adultos, suelen migrar por periodos variables entre 3 meses y un año a laborar en ranchos ganaderos y agrícolas en diferentes localidades del estado.

Hay quienes han vivido aquí desde hace cuarenta años o más, otros son pobladores recientes y, algunos más, visitantes ocasionales que suelen alojarse con sus parientes por periodos de algunos días o semanas.

Sus moradores proceden de la Sierra Tarahumara, principalmente de los municipios de Guachochi, Carichí y Bocoyna, por lo que existen entre ellos diferencias identitarias: “Cambia, el idioma, la comida, el vestido; es otro”.

Flanquean el acceso principal dos de las construcciones mayores, correspondientes a la iglesia (teyopa) [01] y el taller de costura llamado “El Oasis”, como también es conocido el asentamiento. [02] En el taller se fabrican y venden diversas prendas y diferentes productos como pulaka (fajas)[3], wari (cestas), kobisi (pinole) y artesanías, elaborados principalmente por mujeres.

De manera cotidiana pueden observarse distintos grupos de mujeres confeccionando faldas, tanto en el taller, como en el patio o al exterior del asentamiento. La falda plisada (sipucha) y una blusa (napatza, o mapacha), son las dos prendas principales que componen el atuendo tradicional de las mujeres rarámuri y son el producto más vendido. La elaboración de un vestido (es decir el conjunto de dos piezas), requiere dos semanas de trabajo y su precio es de $300 por cada prenda y $600 el conjunto. [4]

La falda juega un papel destacado en El Oasis, no solo en el aspecto económico (al ser uno de los principales artículos de intercambio tanto al exterior como al interior), sino por ser un soporte de la identidad que permite la distinción interétnica e intraétnica. Únicamente las mujeres usan la vestimenta tradicional de manera cotidiana, lo que les permite diferenciarse frente a los mestizos o chabochi, al exterior; así como al interior, pues el vestido cambia dependiendo de las comunidades de origen. [5] Además, las faldas y/o vestidos son el objeto en torno al cual se desarrollan las carreras llamadas ariweta, mediante apuestas. Las carreras son un rasgo destacado de la identidad rarámuri, quienes también suelen nombrarse tarahumares, vocablos ambos que se han traducido como “pies ligeros” o “pies para correr”.

Ariweta es una carrera que practican las mujeres, consistente en arrojar dos aros entrelazados con la ayuda un bastón, a lo largo de un circuito de aproximadamente un kilómetro, por un determinado número de vueltas, llamadas piedras. Éstas son pactadas antes de iniciar la carrera y, al término de cada vuelta, las competidoras arrojan una piedra, con las que contabilizan los recorridos. [6]

En las carreras se cruzan apuestas, principalmente entre mujeres, lo que implica una organización compleja:

Se forman dos grupos que apoyan a las respectivas competidoras y cada mujer presenta un número de faldas frente a las del grupo contrario. [7] El chokéame, [8] es el encargado de cotejar que las prendas en juego sean del mismo tamaño y calidad. Cuando se ha llegado a un acuerdo entre dos participantes, se juntan las prendas que cada una juega y se extienden en el suelo, unidas con una pinza o un seguro; con ello se formaliza la apuesta. [9] Una vez que todas las participantes han convenido tomar las apuestas de sus contrincantes se lleva a cabo la carrera. Este proceso puede tomar varias horas.

Asimismo, la falda, como metáfora de lo femenino, tiene un papel destacado en El Oasis, toda vez que el cargo de gobernador o siríame, ha dejado de ser exclusivamente masculino: “Ahora nos gobiernan en faldas”. Actualmente, el gobierno de El Oasis recae en un grupo de mujeres, hecho inédito en este u otros asentamientos. Un aspecto a destacar es que, conforme al reglamento de El Oasis, la duración de los hombres en el cargo de siríame era de tres años; para las gobernadoras será de cuatro años. Esta diferencia es explicada mediante la noción de alewa o “almas” ya que, en el pensamiento rarámuri, los hombres poseen tres y las mujeres cuatro. [10]

Son pues, las mujeres, el soporte de la cultura y de la identidad rarámuri en El Oasis Kali Rosákame, quienes la transmiten y permiten su continuidad; y, en buena medida, son también el soporte de su economía y su organización interna. Todo ello es posible gracias a las labores cotidianas que realizan “con las faldas bien puestas”.

Teyopa

Taller El Oasis

Cosiendo un vestido

Sipucha

Ariweta

Preparando las apuestas de la ariweta

El chokéame

Tomando las apuestas

Con las faldas bien puestas

Tejiendo una pulaka