Las seis fotografías que presento, tienen el objetivo de mostrar fragmentos del trayecto que, un joven deportista recorre de manera cotidiana, para llegar a los entrenamientos y/o partidos de básquetbol sobre silla de ruedas.
Las fotografías forman parte del estudio que, en la actualidad, me encuentro desarrollando, con jóvenes de la Escuela del deporte adaptado de Cuautitlán Izcalli, Estado de México, el cual, versa sobre la construcción de la identidad de ser jóvenes con discapacidad en el espacio deportivo. Sin embargo, la duela[1] no se trata del único lugar que frecuentan en su formación. Los viajes al entrenamiento son parte fundamental en su vida. Algunos jóvenes comienzan a viajar solos, principalmente, porque sus familiares trabajan. Dicha experiencia les genera la sensación de tener independencia, la cual, en un principio se trata de una emoción guiada por el temor de viajar solos, haciéndose preguntas acerca de: ¿Cómo andar en la ciudad en muletas? ¿Habrá rampas o elevadores para transitar con la silla de ruedas? ¿Qué hacer si me caigo de la silla? ¿Si me atropellan? ¿Me alcanza para el taxi?
Una vez que realizan los primeros viajes comienzan a trazar cartografías tomando en cuenta: el tiempo que tardaran en llegar al entrenamiento y de regreso a sus casas, el tipo de transporte que deben tomar y, si éste es accesible, es decir, que contenga rampas o elevadores. Si el medio de transporte es un auto deben verificar que la silla quepa en la cajuela o asiento trasero, así como el dinero que tienen que guardar para poder viajar de ida y de vuelta.
Para conocer esta experiencia, Josué, me ha permitido recorrer su trayecto de Coacalco de Berriozábal hacía Cuautitlán Izcalli. Un viaje que dura aproximadamente dos horas. El objetivo de este material es mostrar que, el proceso de convertirse en un deportista adaptado, significa lidiar con las desigualdades del espacio excluyente de los cuerpos con motricidades diversas. Viajar a un entrenamiento, se trata de un momento dentro de las cotidianeidades de los deportistas que, el discurso del deporte como forma de “inclusión y superación”, se ha encargado de ocultar, mostrando únicamente los logros a través de las medallas que obtienen en las competencias. Por el contrario, en una ocasión mi colaborador me comentó “llegar al entrenamiento es una lucha a diario”, con lo anterior hacía referencia a la experiencia de viajar en una silla de ruedas como un momento complicado, el cual, implica un desgaste físico, emocional y económico, llevándolo a preguntarse: ¿Vale la pena seguir haciendo deporte?